El tren de la confluencia | lavozdelsur.es

José Mejías /13/08/2015

13-08-2015 / 15:25 h.
 

Tuve mi primer trabajo profesional como Educador de calle, haciendo una sustitución en una asociación que desarrollaba su actividad en el Polígono Sur de Sevilla, a mediados de los años 80. Trabajábamos con chavales absentistas, muchos no habían ido al colegio en su vida. Los que eran un poco más mayores, entre 10 y 11 años, trataban de sacar algo de dinero yendo a Utrera en el tren a comprar dulces para luego revenderlos en el barrio. Para ello necesitaban como mínimo el dinero del billete y lo que costaban los dulces. Nuestro papel era empatizar, establecer relaciones de confianza con el objetivo de conseguir que se interesaran por ir a la escuela o por lo menos que participaran en actividades diarias de la asociación que tenían esos mismos objetivos.

Un día algunos de los chavales que iban juntos a comprar los dulces no tenían dinero suficiente y uno de ellos propuso jugarse el dinero a las a cartas para poder reunirlo. Ni que decir tiene que el plan de jugar a las cartas al dinero era bastante atractivo. Comenzó el juego y cuando uno de los que no tenía suficiente dinero logró ganarlo dijo «venga vámonos a comprar los dulces». Otro saltó y dijo: «¡Un carajo!, que ahora a mí me falta dinero, ahora hay que seguir jugando». El plan de jugar a las cartas al dinero seguía siendo atractivo, así que continuaron.

Las manos de cartas se sucedían y cuando unos tenían dinero para billete y dulces a otros les faltaba. Las discusiones eran frecuentes sobre el momento de levantarse e ir a coger el tren cuando a los que tenían dinero suficiente les convenía, pero al final siempre se imponía seguir jugando. Cuando llevaban ya más de una hora jugando uno dijo: «¡Quillo, carajo, que vamos a perder el último tren y nos quedamos sin negocio!». Los demás lo miraron y le dijeron: «¡Quillo, no jodas, que aquí estamos un viaje de bien jugando a las cartas!»

Recuerdo que compartí con ellos una reflexión. Si hubieran juntado el dinero para los billetes y con el resto hubieran comprado dulces, para luego revenderlos y repartir los beneficios entre todos, hubiera sido mejor. No sé qué pasó en otras ocasiones porque mi trabajo terminó aquel día, pero me temo lo peor: perdieron el tren muchas veces. En el fondo no tenían más de 10 u 11 años.